lunes, 7 de noviembre de 2016

Acta de la Asamblea del día 19 de Octubre de 2016




Acta de la Asamblea del día 19 de Octubre de 2016

El pasado día 19 de octubre nuestro Foro “Curas de Madrid” celebró su primera Asamblea general del Curso 2016/2017. En esta ocasión, según el acuerdo al que llegamos los miembros de la Comisión Permanente, dedicamos el grueso de la Asamblea a reflexionar sobre nosotros mismos. Sobre el tipo de cura que nos enseñaron a ser, sobre el tipo de cura que hemos sido, y sobre el tipo de cura que a día de hoy creemos que deberíamos ser. Intentamos que algún compañero sacerdote, "rico en edad, sabiduría y gracia", abriera el debate ofreciéndonos, desde la experiencia acumulada y desde el saber adquirido, su respuesta al tercero de los asuntos: el tipo de cura que a su juicio deberíamos ser hoy  y en el futuro los sacerdotes de la Iglesia Católica. Por la premura de tiempo con que nos pusimos a buscarlo, no encontramos a ninguno que se decidiera a hacerlo, de modo que hubimos de apañárnoslas nosotros solos.

MOMENTO DE ORACIÓN

Acudimos a la cita veinte miembros del Foro. Comenzamos con unos minutos de oración, siguiendo para ello la dinámica celebrativa que había preparado Evaristo Villar. “Alegre la mañana que nos habla de ti”, fue nuestro canto de entrada. Escuchamos a continuación unos versículos del Evangelio de Marcos, los que hablan del envío de Jesús de los Doce, de dos en dos, para que predicaran y aliviasen las dolencias del pueblo. Y, tras un breve silencio meditativo, juntos dirigimos una oración a Dios con ideas tomadas de Pedro Casaldaliga, pidiéndole iluminara nuestra reflexión, de modo que fortaleciera nuestro compromiso de ser misericordiosos y activamente solidarios con todos aquellos que viven en el sufrimiento, la pobreza o la marginación. 

INTRODUCCIÓN AL DIÁLOGO: TRES TIPOS DISTINTOS DE “CURA”

Acto seguido, a falta de un ponente al que presentar y escuchar, yo mismo, Jesús L. Sotillo,  antes de abrir el diálogo hice una breve introducción al tema que nos proponíamos debatir. Consciente de la edad media del auditorio, comencé  hablando del tipo de cura que muchos de los presentes aprendieron a ser y fueron tras su ordenación, el mismo que casi todos los demás, siendo todavía niños o jóvenes, vimos reflejado en los sacerdotes que pasaron por nuestra vida antes del Concilio Vaticano II. Era un cura separado del pueblo, que se situaba entre los fieles y Dios. En las liturgias, durante los rezos, le miraba a él, teniendo al pueblo orante detrás y actuando como portavoz suyo. En cambio, se ponía de espaldas al altar y al retablo en que se encastraba cuando se dirigía a los fieles. Entonces les hablaba in persona Christi, in persona Dei, para transmitirles la voluntad divina, la doctrina verdadera que debían creer y los principios morales que debían practicar, o para reprenderles por creer falsedades  o por haber tomado sendas que no conducen a la salvación, lo único verdaderamente importante, sino que llevan a la perdición, al infierno, del que no se sale.

El Concilio Vaticano II diseñó otro tipo de cura y muchos de los presentes hubieron de modificar el que había sido su estilo hasta entonces. Y ese otro tipo de cura es el que aprendimos a ser en los Seminarios en los que fuimos formados los futuros sacerdotes desde 1965 hasta 1978. Nuestros formadores y nuestros profesores, siguiendo la doctrina que contienen los textos conciliares e incluso deduciendo de ellos más grado de renovación del que acogen, hicieron que fuera adquiriendo vida y cobrando cuerpo en muchos de los nuevos sacerdotes un tipo de cura que no estaba ni de espaldas ni de cara al pueblo, sino con el pueblo, ejerciendo una función al servicio no tanto de la “salud” espiritual de cada creyente en el ámbito de la moral privada, sino encaminado a conseguir que todos y cada uno de los miembros de la Iglesia hicieran suyas, como parte del cumplimiento de la voluntad de Dios, las alegrías y las penas de la gente y trabajaran en la construcción de un mundo mejor, con más justicia, con más igualdad, con más salud, con más gozo (1). En el espacio celebrativo fue dejando de imperar el rectángulo, con el altar mayor en la cabecera del templo y el cura y el pueblo mirando hacia él. Y se fueron abriendo paso el círculo o el triángulo, en los que el sacerdote celebrante ocupa un lugar destacado, pero formando parte del pueblo cristiano que se reúne para expresar su fe, celebrarla y fortalecerla en torno al altar, o, dicho de otro modo, teniendo a Dios en medio. (2)

Con la llegada a la sede Pontificia de Juan Pablo II empezó a configurarse otro tipo de cura, que conservaba aspectos del tipo conciliar al tiempo que recuperaba rasgos del tipo preconciliar. El cura, como enseñó el Concilio, tiene que implicarse en la transformación de la sociedad, pero no tanto para hacerla más justa, sino para lograr que en su seno deje de campar a sus anchas el agnosticismo teológico y el relativismo moral, las dos caras del secularismo radical, que Juan Pablo II y Benedicto XVI no se cansaban de denunciar como el peor de los males que afecta al mundo y especialmente a la sociedad occidental. El cura debe plantarle cara con valor y decisión. Su tarea es lograr que crezca de nuevo la fe en Dios, tal como la concibe y predica la Iglesia,  y que los hombres y las mujeres, todos, no sólo los católicos, reconozcan y acepten que los seres humanos hemos de conocer y respetar su voluntad, la Ley que él mismo ha revelado, de la que la jerarquía católica es guardiana, maestra e interprete.  

(1)  Uno de los asistentes, Ángel Albarrán, en su primera intervención quiso matizar en torno a este asunto que en aquellos años la unanimidad no existía ni entre el clero ni entre los seminaristas, sino que existían hondas y hasta virulentas discrepancias. Ciertamente fue así y eso explica que con la llegada de Juan Pablo II se abriera paso el modelo que se describe un poco más abajo. Puede afirmarse, sin embargo, que una parte considerable del presbiterio sí que trató de situarse en la línea marcada por el Concilio. Incluso hubo algunos de sus miembros que en lo tocante a renovación trataron de llevarla un poco más allá de donde la habían dejado los Padres Conciliares.

(2) Ricardo Cantalapiedra supo sintetizar en una canción esta espiritualidad y como tal fue entendida y cantada por muchas católicos entonces: Se titula “Queremos” y dice entre otras cosas, pensando en los curas de antaño “No queremos a los grandes palabreros”. Forma parte del disco “El profeta”, editado por PAX en 1972.







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INTRODUCCIÓN AL DIÁLOGO: LA SITUACIÓN ACTUAL

Tras el largo pontificado de Juan Pablo II y el más breve de Benedicto XVI, una gran mayoría del clero católico actual ha sido formada para entender y vivir el sacerdocio de esa manera. Sólo una pequeña porción conserva memoria y aprecio teórico y práctico del modelo conciliar o postconciliar. Pero han pasado más de cincuenta años desde que fue concebido y empezó a desarrollarse. Entre medias muchas cosas han cambiado en la Iglesia y, más aún, en la sociedad. Los templos y el resto de lugares en los que se reúnen los fieles y las comunidades católicas están más vacíos que entonces, todos, aunque sea más evidente en los que se vive y enseña el modo de ser cristiano que dio en llamarse “progresista”. Los frutos que con sus recetas pastorales esperaban conseguir Juan Pablo II y Benedicto XVI no se han producido ni por asomo en la cantidad que habían imaginado. Hoy es mayor el número de personas que han abrazado al agnosticismo teológico y el relativismo moral, que tanto les preocupaban. Y no sólo eso, también ha crecido en mayor proporción aún el número de hombres y de mujeres que ha optado por vivir una espiritualidad sui generis, cogiendo de aquí y de allá, sin someterse a ninguna autoridad religiosa. El fenómeno, justo es reconocerlo, no se da exclusivamente entre los católicos, también se observa en el ámbito de las iglesias protestantes, con la enorme efervescencia de sectas de muy distinto signo que existe en el seno de las mismas. Y en el ámbito de la religión musulmana, en cuyo seno, invocando la fidelidad al Corán, se mueve también un gran número de grupos con interpretaciones muy distintas de las “suras” que contiene. Y los problemas de índole social, aunque aminorados en algunos aspectos respecto a la situación que mostraban hace cincuenta años, en otros se mantienen e incluso se han hecho más hondos y dramáticos. ¿Qué tipo de cura deberíamos ser en este marco religioso y social tanto los sacerdotes que ya acumulamos muchos años de ministerio como los que todavía llevan poco tiempo ejerciéndolo? Ésa es la cuestión sobre la que nos proponíamos reflexionar y de ella comenzamos a hablar cuando terminó la introducción que acabo de resumir.

EL DIÁLOGO: IDEAS GENERALES

Fueron muchos de los asistentes, quince en total, que durante la hora y media que duró el coloquio tomaron la palabra, algunos varias veces, para hacernos partícipes de su experiencia pastoral y para manifestar su postura ante la cuestión a debate (3). Siendo tan amplio y denso el colquio, resultaría demasiado largo tratar de resumirlo punto por punto. Sin embargo, repasando el contenido de las veinticuatro intervenciones que hubo, pese a su diversidad, cabe agruparlo en torno a dos líneas de pensamiento. A ellas  voy a referirme a continuación. 


(3) Hablaron Pedro Serrano García, Daniel Sánchez Barbero, Evaristo Villar, Jesús Copa Mota, Benjamín Forcano, Eubilio (Billy) Rodríguez Aguado, José Luis Gómez Morales, Rafael Rojo Sastre, Jorge de Dompablo, Ángel Albarrán, Domingo Riera Duch, Víctor Hernández Rodríguez, Francisco Javier Sánchez González, Ángel Igualada y yo mismo, Jesús L. Sotillo. Ángel Arbeteta, que no pudo asistir a la Asamblea, nos envió a través del correo electrónico una larga reflexión sobre sus años de ministerio y sobre cómo creía que debe seguir ejerciéndolo ahora y en el futuro 


EL DIÁLOGO: PRIMERA LÍNEA DE PENSAMIENTO

En la primera línea de pensamiento pueden englobarse las opiniones de quienes, de un modo u otro, manifestaron su convicción  de que el verdadero problema a resolver no es el de cómo ser cura hoy y en el futuro, sino el de qué tipo de Iglesia o de Comunidad cristiana debe ser el que debiera existir y funcionar en el tiempo presente y en que está por llegar. En el tipo que aún está vigente, pese a las reformas eclesiológicas que introdujo el Concilio,  el clero sigue conservando demasiado poder, desde el Papa al cura destinado a la parroquia más pequeña y humilde del mundo. Pocas cosas se pueden hacer sin la acción directa o la supervisión de alguno de sus miembros. Aunque el Concilio resaltó la imagen de la Iglesia como “pueblo de Dios”, la estructura eclesial sigue sin ser igualitaria. Nos llamamos hermanos, pero no todos los católicos adultos tienen los mismos derechos. Este es el verdadero problema eclesial, esto es lo que debería ser distinto cuanto antes mejor.  El peso de los sacerdotes debería reducirse drásticamente. El carácter de exclusividad con el que ejercen algunas de las múltiples funciones que el derecho canónico les encomienda, habría de desaparecer. Es la comunidad en su conjunto la responsable de su funcionamiento, deben ganar importancia y responsabilidad sus distintos miembros al mismo tiempo que merma el poder que el clero atesora. Utilizando la terminología que empleó José Luis Gómez Morales, habría que caminar hacia un clero descastado y destemplado, en el sentido de que no fuera concebido ni actuase como una clase especial y de que dejara de ser el amo y el señor del “templo” y de las acciones litúrgicas que en él se celebran. Habría que ir, utilizando en este caso la terminología de Jorge de Dompablo, hacia un clero que fuera normal, no subnormal. En el sentido de que los miembros del mismo fueran como la gente corriente, no especímenes raros y, a la vez, endiosados. Su presencia en las parroquias y en las comunidades no debería ser tal que sin ella no pudieran funcionar a pleno rendimiento, sino que en su ausencia habría de ser norma aceptada la designación de otros miembros de las mismas  para que les suplan.

EL DIÁLOGO: SEGUNDA LÍNEA DE PENSAMIENTO

En la segunda línea de pensamiento pueden englobarse las opiniones de quienes, de un modo u otro, manifestaron su convicción  de que el sacerdote sigue siendo hoy y lo será en el futuro una figura necesaria dentro de la Iglesia católica en general y de sus distintas parroquias y comunidades en concreto. Problema aparte, y problema que habría que resolver, es el de a qué católicos adultos les haya de estar permitido el desempeño de dicha función. La actual situación en la que sólo varones solteros tienen ese derecho, indudablemente habría de ser modificada. Los hombres casados y las mujeres, solteras o casadas, no deberían estar por principio excluidos del acceso al ministerio ordenado. Pero dicho esto, quienes se movieron en esta línea de pensamiento, creen que al frente de las Comunidades debe haber una persona que las presida, que vele por que éstas articulen adecuadamente la profesión, la práctica y la difusión de la fe cristiana desde la confianza que da creer en un Dios al que nos atrevemos a llamar “Padre”, Padre bueno, Abba. Con la libertad que gebera el hecho de sentirnos hijos suyos, no esclavos. Y con el compromiso de no dañar sino de respetar y de ayudar a los hombres y mujeres entre los que vivimos, a quienes consideramos nuestros hermanos. Así ocurrió, dijo Billy, desde los inicios de la Iglesia, los grupos de seguidores de Jesús, muy distintos entre sí, no eran acéfalos, había quien estaba al frente de los mismos. Otra cosa es que el que preside quiera ser también el que asume todas las funciones necesarias para el buen funcionamiento de la comunidad, o que sólo una “clase”, la clase sacerdotal, tenga el poder de control y de decisión en todos y cada uno de los asuntos de la vida eclesial. Eso que ahora ocurre, y que los partidarios de la primera línea de pensamiento resaltan, también debería cambiar.

ASUNTOS VARIOS

El tiempo establecido para el debate se nos agotó y no hubo ocasión de intentar conseguir una posición única, consensuada sobre la cuestión, un empeño interesante pero que entraña notables dificultades. Quizá pueda ser una tarea a abordar en otras Asambleas. Nosotros, llegados a este punto, lo que hicimos es seguir adelante con el Orden del día. Era el momento de entrar en los “Asuntos varios”. Salieron a relucir diversos temas.

  • El Acto en memoria de monseñor Alberto Iniesta, que estamos preparando. La preparación sigue adelante y, si todo sucede según lo previsto, tendrá lugar en torno al próximo 25 marzo. Es la fecha en la que, muchos años atrás, en 1974, hubiera debido comenzar la Asamblea de Vallecas, en la que él estuvo muy implicado, y cuya celebración fue finalmente prohibida.

  • La economía del Foro: Daniel Sánchez Barbero nos recordó que con el inicio del curso hemos de hacer la aportación anual que tenemos establecida, 20 €. El curso pasado la hicieron en torno al 50% de los miembros activos. Tenemos un cierto remanente, pues el gasto principal, que es el dedicado a la compensación económica que damos a quienes nos iluminan con sus ponencias, no fue muy alto, pues varios de ellos decidieron no aceptarla.

  • Nueva Página Web: Desde finales de junio disponemos de una nueva página web o, más exactamente, de un nuevo Blog. Es obra de José Manuel Coviella Corripio, miembro de Foro. De momento, aunque tiene más colorido que la antigua, es muy sencilla, pero la idea es ir enriqueciéndola. Os copio la dirección de la página y la del correo electrónico a través del cual podéis poneros en contacto con José Manuel por si queréis hacerle llegar algún tipo de información o sugerencia que pudiera aparecer en el blog.

Página

Correo electrónico

  • Renovación de la Permanente: Una vez más iba en el Orden del día este asunto, y una vez más quedó sin resolver. Lo tenemos, pues, pendiente.


  • También Evaristo y Billy plantearon la posibilidad de sacar un documento comentando la situación política, entonces aún no había gobierno. Ya os informé de este asunto. Era muy tarde y resultaba imposible debatirlo. Renunciamos a hacerlo como Foro, pero ellos dos elaboraron y publicaron un texto que os envié y al que quien quiso pudo adherirse a título personal.

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